Lo que queda después es algo vivo, es algo que va variando y evolucionando con el tiempo, es algo que aún estoy descubriendo y que probablemente siga descubriendo el resto de mi vida.
En un primer instante, cuando recibí la llamada que anunciaba la partida de mi padre, lo que quedaba después era rabia y dolor. Lo primero que salió de mi tras escuchar la noticia fue ponerme a gritar en mitad de la calle, donde me pilló la noticia, “¡Asesinos! ¡Le han matado! ¡Son unos asesinos! … “, y así estuve un buen rato hasta que mi mente fue capaz de comenzar mínimamente a asimilar la noticia que acaba de recibir. Quien me viera pensaría que estaba como una cabra, o quizás se apiadaría del dolor que estaba presenciando. Para mí, en ese momento sentía que culminaba la historia de la crónica de la muerte anunciada de mi padre.
A continuación, comenzó una etapa en la que la incredulidad, el dolor, la rabia y el abatimiento se entremezclaban desordenadamente a lo largo del día, y entre todos esos estados la incredulidad era el rey. Aquellos que hayan perdido un ser verdaderamente importante en su vida, entenderán bien de lo que hablo.
Pero a esta pérdida se sumaba lo absurdo de la situación, NO TOCABA, era lo que no paraba de repetirse en mi mente. Porque realmente, siento y sentía, que NO TOCABA. Mi padre estaba muy delicado de salud, pero con un cuidado correcto podía seguir con una vida, y podía incluso ir dando pasitos para mejorar y tener una vida más plena, y por qué no, presenciar cómo algunos de los sueños que le quedaban por cumplir comenzaban a realizarse. Sentía, y siento, que fue la forma en que como conjunto se gestionó la crisis del covid la que provocó un desenlace fatal, y una forma de morir que ni mi padre ni nosotros, bajo ningún concepto, nos merecíamos.
Mi padre llevaba enfermo tiempo, y tras la pérdida de mi madre aprendí de forma muy clara y cristalina que aquí estamos de paso; yo estaba preparada para que un día mi padre faltara, dentro de lo que uno puede estar preparado para una cosa así. Pero para lo que no estaba preparada era para que fuera como fue.
Más adelante, la rabia fue tomando matices de indignación y decepción, indignación por la falta de comprensión y empatía hacía los que estábamos viviendo situaciones así, y decepción porque en muchos casos se tendía a normalizar el fallecimiento, … total, ya tenía una edad y estaba enfermo., decepción porque parecía que la vida continua para todos como si nada hubiera pasado, las muertes como la de mi padre o no se conocían, o se normalizaban, o eran una noticia que pasaba de refilón, y casi siempre relacionada con la defensa de una u otra postura política.
Puedo entender de sobra los problemas derivados de la pérdida de puestos de trabajo, la incomodidad del aislamiento, y muchas otras circunstancias duras de la vida … pero para casi todas las cosas mientras haya vida hay solución, … lo que no tiene solución es la ausencia de vida; lo que no tiene solución es que los últimos días de una vida estén impregnados de dolor y horror; … y lo que no tiene solución son las heridas que deja la pérdida de un ser amado en circunstancias como en las que yo perdí a mi padre, y muchos otros perdieron a sus seres amados.
Siguió pasando el tiempo, …, y a la rabia, indignación, decepción y dolor, se sumó la impotencia y el sentimiento de culpa … impotencia por no poder cambiar lo sucedido, y culpa por todo lo que podría haber hecho de otra forma que quizás hubiera podido evitar ese desenlace, culpa por no haber sido capaz, ni sabido, encontrar la forma de salvar y proteger a mi padre.
Y finalmente, llegó un momento en que comenzó a surgir en mí la necesidad de tratar de compensar el daño, de devolver el amor recibido, de rendir honor y de tratar de evitar que se produzcan más daños, y que otros tenga que vivir lo mismo que yo he vivido.
Y es entonces cuando empiezas a ser capaz de mirar al conjunto y la historia desde una mirada que busca comprender, que busca construir, una mirada más abierta.
Errar en algún momento es inevitable, como no saber darse cuenta de que has errado, pero mantenerte en una postura de rechazo a aceptar tus propios errores, y mantenerse empleando toda la energía y creatividad en la rabia, el enfado, la decepción, la culpabilización, y demás sentimientos o posturas que no construyen realmente nada, siento que no es el camino que puede conducir a corregir ni compensar el error.
Será por como miro las cosas, pero a mi alrededorla gran parte de lo que percibo en las noticias y en las redes, en referencia a todo lo ocurrido, es la defensa de una u otra postura, la culpabilización y exculpación de uno u otro bando, la rabia, el odio, … y la indiferencia; cuesta encontrar, ni aun buscando, un poquito de autocrítica. Y creo que mientras empleamos nuestra energía en todo esto, perdemos un tiempo precioso en entender la verdad detrás de lo sucedido, y en encontrar la forma de hacerlo mejor.
No sé cuál es el camino que lleva a evitar que la locura de la que hemos formado parte entre todos se repita, pero sí sé que quiero asumir mi parte de responsabilidad y poner mi granito de arena a que no vuelva a ocurrir.
Quiero rendir honor a todos los que nunca debieron morir, y a los que era inevitable que murieran pero que nunca debieron hacerlo de la forma que lo hicieron. Quiero que importe, que no pase desapercibido, que se intente compensar de la forma que sea, y que miremos hacía ello para buscar la forma de hacerlo mejor.
Y para ti, ¿qué es lo que queda después?
Mar Colino García.
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