No lo sé, realmente no lo sé.
Como todos y cada uno de nosotros hacemos con aquello que nos pasa en la vida, puedo interpretar lo sucedido y hacer cábalas para tratar de componer mentalmente una historia que me ayude a dar sentido y encajar lo vivido.
Puedo sacar mis conclusiones y posicionarme en una u otra postura apoyándome en esa historia, pero nada de eso hará de mi historia la verdad absoluta, ni de mis conclusiones paradigmas inamovibles. Para mí, la verdad es la suma de las pequeñas verdades que se encuentran escondidas detrás de cada una de las historias individuales, y es a través de la apertura de mente, la tolerancia, la humildad y predisposición a mirar e ir más allá, que podemos encontrar esa verdad.
Construir historias mentales, sacar conclusiones de ellas y posicionarse en una u otra postura es parte de nuestra naturaleza, y no es un problema en sí, el problema es no darnos cuenta de que todos y cada uno de nosotros funcionamos así. Y no darnos cuenta de que la sociedad que componemos entre todos funciona también así, nos agrupamos y dividimos en base a historias compartidas. Pero sea cual sea la historia, por lo general no será más que una visión sesgada de la verdad.
Por ello, creo que uno de los mayores errores que cometemos como seres humanos es gastar un ingente esfuerzo en defender una u otra postura, junto con la historia que apoya esa postura. Y que es únicamente desde la capacidad de entender que la verdad es algo tan disperso como la vida misma, que quizás podamos identificar realmente nuestros errores, y en consecuencia poder darles solución de la forma más optima y certera.
Y partiendo de esta base, creo que parte del crecimiento que podemos alcanzar como seres humanos se basa en la capacidad de compartir e ir más allá de nuestras visiones e historias, encontrando entre todos la porción de verdad que reside en cada una, y esa es la intención que subyace en expresar mi visión y compartir la historia que se construyo en mi mente y que sustenta esa visión.
Expresando mi visión
Siento que, al igual que hicieron todos los demás, ante un evento externo que difícilmente podíamos controlar y comprender, caímos en el error de creernos invencibles. Realizamos en consecuencia un análisis desde esa creencia, que nos llevó a minimizar los riesgos, y a no tomar todas las medidas que hubieran sido necesarias para tratar de frenar un posible impacto, y prepararnos para las diferentes casuísticas que pudieran darse.
Siento que, cuando la situación estalló de forma inevitable, nos dejamos llevar por el pánico y tomamos opciones poco valientes, queríamos ir a lo seguro, y lo seguro era asegurar la supervivencia de los más fuertes. Asumimos que no había otra opción, y normalizamos optar por ese camino.
Siento que, una vez elegido el camino, minimizamos la importancia de las implicaciones, asegurar la supervivencia de los más fuertes implicaba el sacrificio de vidas, las vidas de los más débiles.
Siento que, no se hizo el suficiente hincapié en establecer un plan de acción para tratar de reducir al máximo el impacto sobre las personas que no iban a ser priorizadas en la atención sanitaría, tratando de evitar muertes innecesarias, y de conservar el mayor conjunto de derechos fundamentales y humanizar al máximo el trato de las personas que estábamos convirtiendo en víctimas de nuestros errores.
Siento que, tanto durante, como después del pico de la crisis, se ha puesto muchas veces el foco más en defender una postura u otra, y la búsqueda de culpables, frente al posicionamiento en la responsabilidad, la búsqueda de las soluciones, y la mirada autocrítica. Tal cual entiendo yo la vida, un conjunto de esta sociedad fue abandonada, y como consecuencia se convirtieron en víctimas, y solo puedo pensar, que, si solo alcanzamos a concluir que era inevitable y lo normal, y no nos paramos a analizar los errores cometidos y a asumir nuestra responsabilidad, de forma irremediable estaremos condenados a cometer los mismos errores.
Y siento que, las víctimas se merecen un reconocimiento del error y una disculpa alta, clara y contundente. Si como sociedad, fueran cuales fueran los motivos, se decidió arrebatarles un conjunto de sus derechos fundamentales, como sociedad deberíamos ser capaces de reconocerlo, buscar la forma de compensarlo, y rendir el respeto y honor que se merecen estas víctimas.
Para mí, asumir que simplemente se hizo lo lógico y normal, es pecar de falta de humildad, por no ser capaces de reconocer nuestra limitación a la hora de evitar el problema y posteriormente buscar soluciones, y es pecar de falta de agradecimiento a toda una generación, por todo lo que lucharon para darnos el nivel de vida que hoy por hoy disfrutamos.
Construyendo e interpretando una historia
A continuación, relato la historia que se fue componiendo en mi mente, y que dio lugar a la visión que acabo de expresar, sobre como llegamos a normalizar el abandono.
De repente, todo se nos había ido de las manos, aquello que era tan lejano y que les pasaba a los otros, se convirtió en algo que nos estaba pasando a nosotros.
Un goteo incesante de enfermos empezó a acudir a los ambulatorios y hospitales, las salas de espera se abarrotaban, las plantas se iban llenando, y el ritmo de derivación a las UCIs hacía prever que pronto se acabaría con la capacidad.
Se decretó el estado de alarma, se buscaron opciones para ampliar los recursos sanitarios, habilitando más plazas de hospital, UCIs, y disponiendo de refuerzos de profesionales sanitarios, pero parecía que se hiciera lo que se hiciera, ya no se iba a estar a tiempo de disponer de los recursos suficientes, ni de lograr frenar ese sobrecogedor avance, y que el colapso del sistema sanitario iba a ser inevitable.
Y en ese estado de pánico, con el número de muertes incrementándose alarmantemente cada día, los que estaban en disposición de gestionar unos u otros recursos tuvieron que preguntarse en algún momento ¿Y ahora qué hacemos?
Se estaban poniendo en marcha todas las ideas que parecían viables, entre aquellas que se habían importado desde aquellos que nos llevaban la delantera, y, aun así, los cálculos y estadísticas decían que los recursos sanitarios no iban a poder dar servicio a los potenciales usuarios.
¿Y ahora qué hacemos?, era la pregunta cuya respuesta se necesitaba “para ya”.
Priorizar debió de ser la única respuesta que parecía lógica, a la par que inevitable, era una respuesta desagradable, pero al encontrarnos en un estado de emergencia, parecía que había que empezar a asumir que al igual que ocurre en las guerras, no quedaba más remedio que aceptar que iba a haber víctimas inevitables.
Pero, una vez alcanzada la conclusión de que no existían más opciones, surgía otra cuestión: ¿quiénes iban a ser esas víctimas?, ¿cómo se iba a decidir a quién salvar y a quien no?
Debíamos ser lógicos y prácticos, y establecer mecanismos muy claros que nos ayudasen a diferencia y clasificar con eficiencia, debió de pensarse. No sé exactamente que criterios de priorización pudieron seguirse, asumo que la probabilidad de supervivencia debía ser un criterio estrella. La cuestión es que, basándose en una priorización de este tipo, justo aquellos que mayor riesgo corrían frente al virus, los más débiles, eran a su vez, los que menor prioridad asumían, dejándoles en una situación de desprotección y abandono.
Asumida la situación, escogida la estrategia a seguir, ya solo restaba definir el plan de ejecución. Supongo que se establecieron una serie de protocolos, que facilitaran la gestión de la avalancha de usuarios que requerían acceder al sistema sanitario, de tal forma que se pudiera controlar la asignación de cualquier tipo de recurso a los usuarios más prioritarios en cada momento.
Se habilitaron números de atención telefónica indicándonos que no debíamos acudir directamente al hospital, ante síntoma relevantes debíamos llamar y seguir las pautas recomendadas. Supongo que era una forma de triaje telefónico.
Por propia experiencia, puedo deducir que se revisaron los pacientes ingresados tratando de derivar a casa o a otras instalaciones a aquellos pacientes que no cumplían los criterios de prioridad. Supongo también, que se retrasaron tratamientos y atenciones médicas que estaban también fuera de los criterios de prioridad.
Según la información que fue llegando después, se debieron de dar pautas de cómo proceder ante síntomas a centros y residencias donde se encontraba ingresados o viviendo personas de alto riesgo.
Creo que no se expresaba así, ni se deseaba pensar así, por la dureza de la situación, y por cómo podía impactar en el conjunto de la sociedad, pero para mí la implantación de cualquier estrategia de priorización conllevaba de forma inevitable el sacrificio de vidas.
Y empezaron a sucederse las vidas sacrificadas, … de padres, madres, abuelos y abuelas, hermanos, amigos, primos, … vidas perdidas y familias rotas.
Más allá de eso, … la implantación de una estrategia de priorización, sin tomar medidas adicionales para tratar de ofrecer unas atenciones médicas y humanitarias mínimas, iba a derivar en la muerte con un sufrimiento angustioso por parte de las víctimas, tanto físico, como psicológico y emocional, … personas solas, abandonadas a su suerte, aisladas y en muchos casos careciendo de las atenciones más básicas, ya no solo médicas, sino humanas, … alimento, higiene, analgesia …
La implantación de una estrategia de priorización, sin una estrategia de humanización de la situación y defensa de los derechos fundamentales, tenía muchas probabilidades de provocar muchos casos de deshumanización en el trato hacía las personas más dependientes, aislándolas, moviéndolas de un lado a otro sin sin quiera consentimiento, desatendiendo sus derechos fundamentales, y sometiéndolas a riesgos y contagios que no aplicaban, que en muchos casos pudieron terminar convirtiendo en muertes que no aplicaban, sin haber suministrado el más mínimo tratamiento que ofreciera la más mínima oportunidad.
Parecía que por un lado el foco se ponía en conservar la moral y el ánimo del global de la sociedad, ya que el confinamiento, el miedo al contagio, y las consecuencias para la economía intranquilizaban a todos, … mientras que, por otro lado, se sucedía un drama, … por otro lado, como sociedad estábamos perdiendo el norte.
Yo no sé qué parte de la historia que se construyó en mi mente guarda un poco de verdad y cual no, pero sea cual sea la verdadera historia, hoy por hoy, solo puedo sentir que perdimos el norte, y con el norte la humanidad y la capacidad de discernir y pensar creativamente. Entramos en pánico y aplicamos protocolos que catalogaban y clasificaban, y nos olvidamos de pensar en las implicaciones de la aplicación de dichos protocolos; y en tratar de particularizar y humanizar mínimamente la toma de decisiones, … no había tiempo, ni energías para humanizar, solo podíamos poner el piloto automático y tratar de superar cada día. No encuentro de momento otra manera de tratar de entender y articular como pudo ocurrir lo ocurrido.
Mar Colino García
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